martes, 13 de marzo de 2012

Mito de la Caverna. 3er. Guía.


El Mito de la Caverna

Platón: República o de la Justicia, Libro VII


mitocaverna2.jpg 



Famosísimo texto de Platón que expone bajo la forma de mito o de alegoría su antropología, ontología y epistemología, basadas en la teoría de las ideas. Dicho texto aparece en el libro VII de la República.

            “Imaginemos, (ver imagen) dice Platón, la situación siguiente: una caverna profunda en cuyo fondo se hallan unos prisioneros que se encuentran inmovilizados desde siempre. Están atados de manera tal que solamente pueden mirar hacia el frente, donde se encuentra la pared de dicha cueva en la que se proyectan unas sombras engendradas por un fuego situado en un pequeño promontorio interior y que ilumina unas figuras transportadas por otros hombres que caminan por un sendero, tras los prisioneros, y separado de éstos por un pequeño muro, como las mamparas de los titiriteros. Estos caminantes llevan esculturas y figuras diversas, hechas también de diversos materiales, cuyas sombras son lo único que los prisioneros del fondo pueden ver, de forma que, para ellos, que no conocen otra cosa, aquellas sombras, son la verdadera y única realidad, y a ellas atribuyen los sonidos y palabras proferidas por los hombres que, tras
ellos, transportan las figuras proyectadas. ¿Qué sucedería -pregunta el Sócrates del diálogo platónico- si se liberase a uno de estos prisioneros y se le obligase a la fuerza a mirar primero las imágenes que transportan los otros hombres, al fuego después y más tarde a ascender hacia el exterior de la caverna? (Platón insiste en que el prisionero debería ser arrastrado a la fuerza, ya que de grado no querría abandonar su situación puesto que no conoce ninguna otra). El prisionero quedaría primero como cegado al ver directamente la luz del fuego y creería que quien le impulsa hacia afuera le está engañando. Pero, poco a poco, a medida que vaya ascendiendo hacia la auténtica realidad, hacia el exterior de la caverna, se iría dando cuenta del engaño de su situación anterior y tomaría conciencia de su condición de prisionero liberado. Ya en el exterior, podría ver primero las sombras de los objetos reales, y se percataría de que estas sombras son bien distintas de las anteriores, ya que no son proyectadas por un fuego sino por el sol, y no lo son de imágenes o esculturas, sino de verdaderas realidades. Después, podría observar directamente el mundo real y, por fin, el sol mismo. Fuera ya de la caverna (es decir, fuera ya de la ignorancia) no necesitaría que nadie le siguiese impulsando por la fuerza, sino que voluntariamente proseguiría su investigación. Llegado a este punto, se daría cuenta de que la realidad existente en el interior de la caverna es una copia de la auténtica realidad del mundo exterior; se daría cuenta, también, de que las sombras del fondo de la cueva son doblemente artificiales, ya que son sombras de imágenes artificiales que son copias de realidades externas, y proyectadas por un fuego que es como una pálida imitación del sol. Por fin, se daría cuenta también de que el sol es, en cierta forma, la causa de todo cuanto existe, ya que sin él no habría ni día ni noche, ni estaciones, ni vida sobre la tierra ni, por tanto, esculturas, fuego, prisioneros ni sombras en el fondo de la cueva. En tal situación, no tendría ninguna envidia ni ninguna añoranza de su anterior estado y más bien tendería a volver al interior de la caverna para liberar a sus antiguos compañeros de ignorancia. Pero este trabajo de liberación sería interpretado por sus antiguos compañeros como un engaño, puesto que, desconocedores de la verdadera realidad, preferirían seguir manteniendo la seguridad de sus acostumbradas creencias antes que enfrentarse a un mundo desconocido, razón por la cual, y en clara alusión a la muerte de Sócrates, matarían si pudieran al que intentase liberarlos y sacarlos de su complacida y segura ignorancia.


Otra traducción del Mito de la Caverna


El libro VII de la República comienza con la exposición del conocido mito de la caverna, que utiliza Platón como explicación alegórica de la situación en la que se encuentra el hombre respecto al conocimiento, según la teoría explicada al final del libro VI.


I - Y a continuación -seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.

Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
- Ya lo veo-dijo.
- Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
- ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!
- Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
- ¿Cómo--dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
- ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
- ¿Qué otra cosa van a ver?
- Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
- Forzosamente.
- ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?
- No, ¡por Zeus!- dijo.
- Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
- Es enteramente forzoso-dijo.
- Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
- Mucho más-dijo.
II. -Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son realmente más claros que los que le muestra .?
- Así es -dijo.
- Y si se lo llevaran de allí a la fuerza--dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?
- No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.
- Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.
- ¿Cómo no?
- Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que. él estaría en condiciones de mirar y contemplar.
- Necesariamente -dijo.
- Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.
- Es evidente -dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.
- ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
- Efectivamente.
- Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente "trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
- Eso es lo que creo yo -dijo -: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.
- Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
- Ciertamente -dijo.
- Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.
- Claro que sí -dijo.
III. -Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del. sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la. región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.
- También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo.
Según la versión de J.M. Pabón y M. Fernández Galiano, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1981 (3ª edición)





Interpretación
Este texto, como, en general, toda la obra de Platón, debe ser interpretado. Y admite diversas interpretaciones interrelacionadas entre sí: a) Desde una perspectiva pedagógica, este texto es una alegoría sobre la educación y la función del maestro, que es quien ha de obligar a que sus alumnos abandonen la ignorancia. b) Desde el punto de vista epistemológico, plantea de la división en grados del conocimiento (al igual que en el texto de la metáfora de la línea), entre ilusión, opinión, razonamiento e intelección. Grados que, a su vez, se corresponden también con los diversos grados del ser: desde la pura materia desorganizada representada por la oscuridad absoluta del fondo de la cueva, hasta la luz absoluta del sol, que se corresponde con la idea del bien. c ) Desde una perspectiva ontológica, el interior de la caverna se corresponde con la realidad natural, es decir, con el mundo sensible, mientras que aquello que en el texto se representa por la realidad natural, corresponde a la realidad del mundo de las ideas. Los objetos reales que están en el exterior de la caverna, así como las sombras «auténticas» que estos proyectan merced a la luz del sol, representan las ideas y los objetos matemáticos ordenados jerárquicamente, en cuya cúspide está la idea de bien. Un aspecto importante que plantea este famoso texto es el relacionado con la fuerza que nos puede permitir la salida de la caverna y la rotura de las cadenas que nos atan al fondo. Una de estas fuerzas es la representada por el maestro, de ahí la alusión a Sócrates que se da en el texto. Pero esto no soluciona el problema, pues ¿cómo se accede a poder ser maestro?, ¿cuál es la fuerza que puede permitir acceder a esta condición y permitir, luego, volver a la caverna para enseñar?. Platón sugiere diversas respuestas al interrogante de cómo se desea aprender. En el Banquete nos habla del impulso de Eros como vía de acceso al saber (ver texto ); en el Teeteto (155d) afirma que es la admiración la que está en el origen de la filosofía (del afán de saber), impulso que se relaciona con su doctrina de la reminiscencia o anámnesis (defendida especialmente en el Menón, ver texto  ), la cual nos remite a la doctrina de la inmortalidad del alma (defendida, por ejemplo, en el Fedro, 249b-250c, ver texto  ). En cualquier caso, todos estos textos tienen un marcado carácter metafórico, de manera que todas estas doctrinas (el impulso de Eros, la admiración, la reminiscencia y la inmortalidad del alma) deben considerarse como la afirmación de que el espíritu humano posee en sí mismo todas las condiciones de su saber, anteriormente a toda experiencia, lo cual es la versión epistemológica de la clásica máxima griega del «conócete a ti mismo» que Sócrates hizo suya. Comparando este texto con la metáfora de la línea que aparece en libro VI de la República, puede verse que, si se proyectase sobre una recta cada uno de los sectores en que se divide la caverna y su exterior, se corresponderían con los diversos segmentos que dividen la aludida línea de la metáfora. (Si se trazase una línea desde el fondo de la caverna hasta el sol, aparecería una gradación continua que iría desde la pura oscuridad del fondo de la caverna, que representa la materia, hasta la máxima luz representada por el sol, y que simboliza la idea suprema de todas las ideas. Esta línea en diagonal, desde lo más bajo a lo más alto, es una representación de la gran cadena del ser. El escalonamiento de los diversos sectores de la caverna y el «salto» hasta el sol muestra los grados del saber y de la realidad. Si estos diversos grados fuesen proyectados verticalmente sobre una línea, obtendríamos los puntos siguientes sobre la horizontal, es decir, originarían los mismos segmentos que dividen la línea de la metáfora del libro VI de la República). 



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario